Las puertas, tan estáticas como siempre, no dejan de hablarnos de un ir y venir, porque siempre hacen referencia a lo peculiar, a lo distinto del espacio al que da acceso... aquí hay también un curioso e interesante matiz: puerta y umbral van unidos, pero no son lo mismo; en ninguna cultura se mezclan una y otro: la puerta apunta, en efecto, al dinamismo del transeúnte, mientras que el umbral es el que tanto le informa de las cualidades de ese espacio como pone los cimientos -¡porque es diferencia del exterior!-de esos rasgos que hacen único el lugar.
Este es el caso de la Puerta del Sol en donde no se sabe a ciencia cierta quiénes la dejaron allí o el tiempo, ni en su simbología el significado, exceptuando el calendario de soles, lunas representando solsticios y equinoccios. Hay teorías que la sitúan en el año 9500 A.C; de ser cierto sería escenario de las primeras ciudades construidas por el hombre. Una puerta nos transporta, guarda intimidad, nos hace trasladar al escenario mas inesperado y sorprendente que hallamos encontrado, así, hoy en día muchas veces las veamos normalizadas y sin alma de significado.
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